¡Vacía el caché!
La atención es el bien más preciado del ser humano, y probablemente de cualquier criatura consciente. Es la atención que presto a una persona, a un objeto, a una situación lo que la hace real. Te presto atención, me intereso por ti: cargo esta atención con aprecio, desprecio, interés, amor, juicio, expectativa, deseo, disgusto, etc. El objeto de mi atención se vuelve vivo. El objeto de mi atención cobra vida, impregnado de los atributos que he proyectado en él. Una persona hermosa, una foto fea, un perro pobre, un cuerpo sexy.
Muchas prácticas espirituales sugieren descargar el paquete de atención, evitando cargarlo con nuestras proyecciones, expectativas y juicios. Mantener la atención libre de nuestras historias aporta una enorme libertad interior. Otra palabra para designar la atención no desordenada es amor. El original. El que te libera.
En los siglos anteriores, el mundo geopolítico se ha conformado, por un lado, por las constantes guerras por recursos como el petróleo, los minerales y la tierra que los contiene, y por otro, por las guerras santas para difundir ideas malsanas sobre dios(es).
En nuestro emergente tercer milenio, el recurso más preciado, el tesoro más codiciado, es nuestra atención. La tuya. La mía. La atención de todos. Las grandes corporaciones multinacionales, Amazon, Apple, Facebook, Google y otros colosos están haciendo la guerra para captar nuestra atención. Más hambrientos y sedientos que nunca, los depredadores y los vampiros están ahora a la caza de nuestras mentes. Una vez captada nuestra atención, resulta fácil seguir el rayo hasta su origen, y luego esclavizar nuestra mente. Un like de Facebook tras otro.
Este fenómeno no es inocente. Cargada de emociones, la atención crea la realidad. Al captar nuestra atención, estos grupos gigantescos (o quienes están detrás de ellos) utilizan nuestras mentes como fuente de energía para dar contenido a su alienante visión del mundo. Seamos claros: este depredador global es una faceta tuya y mía. Se desvanecerá en el momento en que recuperemos la atención.
Y ahora mismo, nuestra atención está secuestrada por la crisis global de COVID 19.
No se trata de validar o invalidar la realidad de la crisis sanitaria, eso lo tienen que hacer otros, sino de observar la propagación paralela de otra pandemia infinitamente más peligrosa y perniciosa: el miedo.
El miedo anestesia la mente, nos pone en modo de supervivencia. Contrae la conciencia, agrupándola en torno a peligros reales o percibidos. Las cuestiones de sentido son evacuadas, sustituidas por las necesidades inmediatas.
El quid del problema es que, en todos sus aspectos, la crisis actual es el resultado lógico de una visión del mundo. Es nuestro software psíquico global el que produce estos males, y utiliza ese mismo software para resolver esta crisis que producirá otras más.
Es el gato que se muerde la cola.
Nuestra realidad colectiva es la suma de nuestras ideas individuales sobre el mundo. A medida que nuestras ideas individuales son corrompidas por los medios de comunicación y las autoridades que nos obligan a alimentar una información contradictoria, confusa y ansiosa producida por un sistema debilitador, nuestra realidad colectiva se vuelve cada vez más absurda, confusa y alienante. Tanto es así que los que intentan restablecer algo de sentido común son considerados traidores a la causa - incluso hay un término para ello, covidiotas -.
Durante décadas, nuestros sistemas de salud han sido cautivos del fundamentalismo médico-científico, de la Gran Farmacia y del gran dinero. Estas organizaciones, que tienen la mayor parte de la responsabilidad de la debacle actual, pretenden resolver la crisis a su manera, excluyendo a todas las demás. Para salir de este círculo vicioso, no necesitamos aprendices de brujo con batas blancas o trajes de tres piezas, sino individuos lo suficientemente valientes como para aprender a pensar por sí mismos y actuar con responsabilidad.
Los medios de comunicación, las autoridades y los políticos de todo tipo mezclan descaradamente las nociones de emergencia climática, ecología y recuperación económica en un mismo discurso, aumentando día a día el grado de confusión colectiva. Esta actitud esquizofrénica ilustra nuestra incapacidad para admitir el fracaso de nuestra actual visión del mundo. Pero la presión social es tal que nadie se atreve a decir que el rey está desnudo.
Y así sucesivamente. Podría llenar páginas con más ejemplos, pero ahí está.
En resumen, me niego a permitir que la locura y la idiotez organizada se derramen en mi salón y en mi conciencia. Intento mantener mi enfoque lo más limpio posible.
¡Despertemos! La vida no consiste en gestos de barrera, máscaras, esperanza de recuperación y vuelta a la soporífera normalidad.
La vida es un regalo, una oportunidad de crecer, de evolucionar, una aventura, un viaje de realización. La vida tiene sentido cuando las cualidades esenciales pueden florecer: el amor, la libertad, el respeto, la belleza, la creatividad, la amistad, la generosidad, la risa, las emociones genuinas y no planificadas. Estas cualidades deberían ser los indicadores de nuestra integridad y salud.
Volver a la atención
Sólo hace falta un poco de honestidad para admitirlo: la actual crisis planetaria es sobre todo espiritual, porque cuestiona nuestras formas de estar en el mundo y nuestras razones de ser. El software colectivo que produce nuestra visión de la realidad se ha vuelto peligroso. Nuestra obediencia ciega a conceptos absurdos y malsanos (materialismo, separación, crecimiento...) nos lleva directamente al precipicio. Nuestros sistemas de comprensión son anticuados, pero nosotros no somos nuestros sistemas de comprensión: los utilizamos para navegar por la realidad.
De ahí la importancia de cuidar nuestra atención.
La situación actual es la que es. ¿Cómo lo experimentamos? Todo depende de la atención, de la atención que damos a la información que recibimos, a otra persona, a un sentimiento. En primer lugar, está la información bruta que nos llega: por ejemplo, XXX nuevos casos de contaminación en las últimas 24 horas. La información se recibe, y podría detenerse ahí por puro sentido común, porque no podemos hacer nada con estos datos. Pero dejamos que el programa informático y sus hábitos carguen nuestra atención, según nuestros sistemas de creencias: una ráfaga de preocupación por mí y mi familia, consternación por estos trastornos en mi vida cotidiana, una ráfaga de ira contra este complot maquiavélico, la negación...
Cada una de estas reacciones añade una capa de realidad a la información, consolidando esta versión de la realidad. Asentimiento implícito tras asentimiento implícito, cimentamos la nueva normalidad.
Cuando navegue por el Internet, se recomienda que borre regularmente la caché de su navegador, es decir, que borre el historial de sus consultas y visitas, especialmente después de las transacciones bancarias.
Le recomiendo que haga lo mismo. Vaciar la caché. Borra la historia de tus preocupaciones, conflictos internos, información inútil, opiniones engorrosas, certezas asfixiantes, culpas acumuladas, resentimientos hacia los demás y el mundo cotidiano.
No te volverás estúpido, al contrario. Aliviado del peso del conformismo, liberado del impedimento de la obediencia, tendrás una visión más clara para afrontar cualquier nueva situación. Dejarás de adherirte al condicionamiento de causa y efecto de la inteligencia artificial. Naturalmente, desde lo más profundo de ti mismo, florecerá una inteligencia verdadera e intuitiva.
Vacía el caché de tu atención tan a menudo como sea posible: es el mayor regalo que puedes hacerte a ti mismo y al mundo.
Y, por supuesto, recuerda que tu mente no es una papelera.